Fragmentaciones


1

Anochece el sol,
anochece en
tempranos pétalos
entrevistos
desde lejos.
El sol pierde entonces
su vigencia y nos acerca ceremonialmente
su corazón.
Se pierde entre el
mar,
en el viento,
se espeja luego en una
ventana
que lo retrata
en su pórfido eclipse.
La niebla heredera de su
resplandor,
crece desde el extremo
peldaño de día con la niebla que despierta.

2

La niebla que
despierta
como un niño asombrado
en su prisión de
ecos,
ecos que se hacen y
deshacen en
radares parecidos a
luces y ojivas claustrales.
No podría explicar
no,
a qué reposo
un muro de sal
o a qué llama sagrada
pertenece su
tiempo,
la niebla y
la vacía sin razón
de las horas.

3

La vacía sin razón
de las horas,
se abre en el prodigio
de las fábulas
terrenales.
Horas que se deslizan
sobre
el rumor de los relojes
y laten con
lentitud
en cada encuentro
equivocado.
Las horas, esas ocultas muertes
en un singular cortejo,
se hacen sustancia
en el vielo de los pájaros
sobrevivientes.

4

Los pájaros
sobrevivientes se miran
en la penumbra
del aire,
donde se abre
la historia,
la historia de todo
lo existente.
Los pájaros, ideas del alma,
miden su vuelo
en la finura de su
luz,
en su plumaje de alas
petrificadas
que trazan un cielo
invisible
o de la tarde que cae
como estrella
en su material abdicación.

5

En su material abdicación
la tarde nos acerca el sonido,
la desnudez silenciosa
del mármol,
las parejas que cruzan
por el parque,
el adiós
del ángelus que
semeja un sábado de abandono.
Somos en tal caso,
a expensas
de esa misma tarde,
viajeros, quizás
en busca de un ocaso
refugiado
entre las barcas
y los páramos invernales.

6

Los páramos invernales con sus
penumbras y burlonas misericordias,
son el refugio de los follajes,
de los cánticos
hechos perdurables minutos.
En su corazón
aún se alzan las
lenguas del humo que
llevan la escritura
desde la hoja recién inventada.
¡Ah! los páramos donde habitan
las sacras penumbras, los huesos
cada vez más esquivos, el color
de la ceniza transitoria.

7

La ceniza transitoria se evade
de su cofre para
alcanzar las cimas,
el gris despojado de
anunciaciones.
La ceniza es el albergue,
la disolución razonable
y en su deslizar por las manos
recobra su entorno,
sorprendida de encontrar
el mundo que creyó perdido.
Fue tal vez en su frecuentación
primera del universo
de seres imaginarios,
un signo revelador
un halo de aromas caído
en el desierto invisible.

8

El desierto
invisible muestra
de su desierta luminosidad,
soledad que
cinc que se vuelca hacia
la tierra que gira
en su destino
de corteza desgastada.
Lleno de pedrerías,
de vírgenes solares,
el desierto, revelación
divina, late
en cada plegaria
o en el cuerpo de las
mariposas que encienden
su fuego.
Los ojos de las alas
enamoradas reemplazan
ahora los desiertos
y las magias iniciales.

9

Las magias iniciales bosquejan
colores todavía no
creados en la ciudad temprana,
que ahora se descubren
cada día
en la piedra, en las
mujeres, en los hombres
que aguardan los amores
encendidos.
Las magias ofrecen
una eternidad
de pianos que repiten
blancas rapsodias. Las magias
crean libros de húmedas letras
en lasuqe se leen historias de
mayo a setiembre.
Despojados espacios
las magias se convierten en
perlas imposibles.

10

Las perlas imposibles en su
centro místico dan su imagen
sobre la piel de los jardines
cautivos,
mientras el cielo
rodea la frente del otoño.
Alguien se ha dormido,
deslumbrado por su propio
letargo y el agua
prolonga
su palidez en una
fuente de solarena.
Las perlas sobrecogidas
en su silencio,
narran sus poemas de vidrio
encerradas en una espuma agonizante.